B11 <=[BTG I The arousing of thought, p. 12]=> B13
Briefly, if I exercise my privilege and take the good end of the stick, then the bad end must inevitably fall “on the reader’s head.”
This may indeed happen, because in Russian the so to say “niceties” of philosophical questions cannot be expressed, which questions I intend to touch upon in my writings also rather fully, whereas in Armenian, although this is possible, yet to the misfortune of all contemporary Armenians, the employment of this language for contemporary notions has now already become quite impracticable.
In order to alleviate the bitterness of my inner hurt owing to this, I must say that in my early youth, when I became interested in and was greatly taken up with philological questions, I preferred the Armenian language to all others I then spoke, even to my native language.
This language was then my favorite chiefly because it was original and had nothing in common with the neighboring or kindred languages.
As the learned “philologists” say, all of its tonalities were peculiar to it alone, and according to my understanding even then, it corresponded perfectly to the psyche of the people composing that nation.
But the change I have witnessed in that language during the last thirty or forty years has been such, that instead of an original independent language coming to us from the remote past, there has resulted and now exists one, which though also original and independent, yet represents, as might be said, a “kind of clownish potpourri of languages,” the totality of the consonances of which, falling on the ear of a more or less conscious and understanding listener, sounds just like the “tones” of Turkish, Persian, French, Kurd, and Russian words and still other “indigestible” and inarticulate noises.
En suma: si valiéndome del privilegio, tomo la vara por el extremo bueno, entonces el extremo malo habrá de caer inevitablemente «sobre la cabeza del lector.»
Y es bien factible que eso suceda, debido a que las — por así llamarlas — «filigranas» de los problemas de la filosofía no pueden expresarse en ruso, y es mi intención detenerme frecuentemente a considerar esos problemas en el curso de esta obra; en cuanto al armenio, si bien este idioma se prestaría bastante bien a este propósito, para desgracia de todos los armenios contemporáneos, el empleo de este idioma para los asuntos contemporáneos se ha vuelto ya completamente impracticable.
A fin de aliviar el dolor procedente de la íntima herida que este hecho me produce, debo declarar que en mi juventud, cuando comencé a interesarme en los problemas filológicos, dedicándoles a ellos todo mi tiempo, prefería el idioma armenio a cualquier otro, incluida mi lengua materna.
Este idioma era entonces mi favorito debido, principalmente, a su originalidad y a que no tenía nada en común con los idiomas vecinos y afines.
Como dicen los «filólogos» eruditos, todas sus tonalidades eran otras tantas características peculiares del mismo y, a mi entender, incluso entonces concordaba perfectamente con la psiquis del pueblo que integraba aquella nación.
Pero el cambio sufrido por este idioma durante los últimos treinta o cuarenta años, del cual yo he sido testigo, ha sido tan profundo, que en lugar de poseer ahora una lengua independiente y original heredada desde un pasado remoto, tenemos en la actualidad una jerga que, si bien es original e independiente como su antecesora, constituye sin embargo una «especie de bufonesco popurrí de idiomas», la totalidad de cuyas consonancias, al ser percibidas por el oído de un interlocutor más o menos consciente y comprensivo, suenan exactamente como los «tonos» del turco, persa, francés, kurdo y ruso, en una confusión de ruidos inarticulados e indigeribles.