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B13 <=[BTG I The arousing of thought, p. 14]=> B15

I am an old hand at this.

In life, I have so often got into difficult situations and out of them, that this has become almost a matter of habit for me.

Meanwhile in the present case, I shall write partly in Russian and party in Armenian, the more readily because among those people always “hanging around” me there are several who “cerebrate” more or less easily in both these languages, and I meanwhile entertain the hope that they will be able to transcribe and translate from these languages fairly well for me.

In any case I again repeat – in order that you should well remember it, but not as you are in the habit of remembering other things and on the basis of which are accustomed to keeping your word of honor to others or to yourself – that no matter what language I shall use, always and in everything, I shall avoid what I have called the “bon ton literary language.”

In this respect, the extraordinarily curious fact and one even in the highest degree worthy of your love of knowledge, perhaps even higher than your usual conception, is that from my earliest childhood, that is to say, since the birth in me of the need to destroy birds’ nests, and to tease my friends’ sisters, there arose in my, as the ancient theosophists called it, “planetary body,” and moreover, why I don’t know, chiefly in the “right half,” an instinctively involuntary sensation, which right up to that period of my life when I became a teacher of dancing, was gradually formed into a definite feeling, and then, when thanks to this profession of mine I came into contact with many people of different “types,” there began to arise in me also the conviction with what is called my “mind,” that these languages are compiled by people, or rather “grammarians,” who are in respect of knowledge of the given language exactly similar to those biped animals whom the esteemed Mullah Nassr Eddin characterizes by the words: “All they can do is to wrangle with pigs about the quality of oranges.”


En esto soy zorro viejo.

Tan a menudo me ha tocado vivir situaciones difíciles y luego tuve que desembarazarme de ellas, que esto ya se ha convertido en una costumbre para mí.

En cuanto a mi dificultad actual, escribiré por ahora parte en ruso y parte en armenio, pues entre la gente que siempre tengo a mi alrededor hay varias personas capaces de «cerebrar» con bastante facilidad en ambos idiomas, por lo cual confío en que más adelante serán capaces de verter sin dificultades mis escritos a otros idiomas.

Sea ello como fuere, he de repetir una vez más — a fin de que el lector lo recuerde, pero no como suele recordar otras cosas y comprometer sobre esa base su palabra de honor ante los demás y ante sí mismo — que cualquiera que sea el idioma que emplee, siempre y en todos los casos, evitaré lo que he llamado «lengua literaria de buen tono».

Respecto a esto, el hecho más extraordinario y curioso y uno incluso de los más dignos de tu amor al conocimiento, lector, más digno quizás de lo que tú puedas concebir, es el de que en mi niñez, es decir, desde que nació en mí la necesidad de destruir los nidos de los pájaros y de molestar a las hermanitas de mis amigos, surgió en mi (como le llamaban los antiguos teósofos) «cuerpo planetario» y, lo que es más aún (aunque no sé por qué), principalmente en la «mitad derecha», una sensación instintivamente involuntaria que gradualmente — hasta la época en que me convertí en maestro de danzas — fue tomando la forma de un sentimiento definido, y entonces, cuando gracias a la profesión que por aquel tiempo ejercía trabé relación con numerosas personas de «tipos» diversos, también comenzó a formarse en mi «espíritu» la convicción de que estos idiomas habían sido recopilados por gente, o más bien por «gramáticos», que son con respecto al conocimiento de un idioma dado exactamente iguales a esos animales bípedos a quienes nuestro muy estimado Mullah Nassr Eddin ha caracterizado con las siguientes palabras: «Todo lo que saben hacer es disputar con los cerdos sobre la calidad de las naranjas».

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