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B3 <=[1. The arousing of thought, p. 4]=> B5

In any case I have begun just thus, and as to how the rest will go I can only say meanwhile, as the blind man once expressed it, “we shall see.”

First and foremost, I shall place my own hand, moreover the right one, which – although at the moment it is slightly injured owing to the misfortune which recently befell me – is nevertheless really my own, and has never once failed me in all my life, on my heart, of course also my own – but on the inconstancy or constancy of this part of all my whole I do not find it necessary here to expatiate – and frankly confess that I myself have personally not the slightest wish to write, but attendant circumstances, quite independent of me, constrain me to do so – and whether these circumstances arose accidentally or were created intentionally by extraneous forces, I myself do not yet know. I know only that these circumstances bid me write not just anything “so-so,” as, for instance, something of the kind for reading oneself to sleep, but weighty and bulky tomes.

However that may be, I begin. . .

But begin with what?

Oh, the devil! Will there indeed be repeated that same exceedingly unpleasant and highly strange sensation which it befell me to experience when about three weeks ago I was composing in my thoughts the scheme and sequence of the ideas destined by me for publication and did not know then how to begin either?

This sensation then experienced I might now formulate in words only thus: “the-fear-of-drowning-in-the-overflow-of-my-own-thoughts.”

To stop this undesirable sensation I might then still have had recourse to the aid of that maleficent property existing also in me, as in contemporary man, which has become inherent in all of us, and which enables us, without experiencing any remorse of conscience whatever, to put off anything we wish to do “till tomorrow.”


En todo caso, éste es el comienzo; en cuanto al resto, por ahora sólo puedo decir, como decía el ciego, «ya veremos».

Antes que nada, voy a poner mi propia mano, además la derecha, que — si bien se halla momentáneamente lesionada debido al contratiempo que no hace mucho me sobrevino — no deja por ello de ser realmente mi propia mano que nunca jamás en toda mi vida me ha abandonado, sobre el corazón — claro está que también el mío —, (sobre cuya constancia o inconstancia no considero necesario explayarme aquí) para confesar con franqueza que personalmente, no tengo el menor deseo de escribir, pero circunstancias imperiosas, totalmente ajenas a mí me han forzado a hacerlo y yo mismo no sé si esas circunstancias surgieron por accidente o fueron creadas intencionalmente por fuerzas extrañas. Lo que sí sé es que dichas circunstancias no me impulsan a escribir cualquier cosa, por ejemplo, una de esas lecturas que sirven para dormirnos después de habernos acostado, sino pesados y voluminosos tratados.

Pero sea como fuere, voy a comenzar…

¿Pero con qué comienzo?

¡Ah, demonios! ¿Será posible que otra vez se repita aquí la desagradabilísima y altamente extraña sensación que acerté a experimentar hace unas tres semanas, cuando ordenaba mis pensamientos a fin de elaborar el lineamiento general de las ideas destinadas a la publicación, y tampoco supe cómo habría de comenzar?

La sensación entonces experimentada sólo podría expresarla ahora con estas palabras: «el temor de ahogarme en la marea de mis propios pensamientos.»

A fin de poner término a esa indeseable sensación podría haber recurrido aún entonces a la ayuda de esa maléfica propiedad que también existe en mí, al igual que en mis contemporáneos, y que ha llegado a ser inherente a todos nosotros, la cual nos permite, sin que experimentemos el más mínimo remordimiento de consciencia, postergar cualquier cosa que debamos hacer, dejándola «para mañana».

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